miércoles, 19 de enero de 2011

Night of the living dead.


Cada vez que recuerdo mis años atrás, en los que era un consumidor asiduo de cine, no puedo evitar intentar recordar las primeras películas que me marcaron para seguir viendo el miedo más cinematográfico. Recuerdo que, en uno de los videoclubs de mi zona (que todavía sigue), le preguntaba siempre al dueño qué películas marcaban un antes y un después. Él se mostraba un poco consternado, supongo que por la pregunta o quizá otro tipo de problemas. Miraba la lista de su ordenador, y me decía los títulos más alquilados. Le hice caso la primera vez...
La película de la que hoy voy a hablar, y de la que, guardo un bonito recuerdo, es Night of the Living Dead, de George A. Romero, de 1968.
Fue la recomendación de un amigo, que, todo hay que decirlo, era un verdadero devorador de este cine. Era capaz, (todavía hoy lo hace), de sentarse y ver tres películas del tirón; claro está, los fines de semana. Aunque también le he oído alardear de unas cuántas en días laborables. Él me dijo que viera esta joyita que, me hizo ver la realidad de otro manera.
Reconozco que al ver la portada no me suscitó ninguna expectativa de inmediato. Lo más destacable fue una ligera sensación de, susto fácil, y asombro por la crudeza de la imagen de un hombre comiéndose un trozo de carne. Y es que, la idea que yo tenía de la película era básicamente algo de canibalismo. Pese a que, tiene una fuerte crítica social, política, e incluso racial si lo llevamos a cierto punto.
Leí la parte posterior, y me cautivó el argumento. Comprendí que esa película marcaría un precedente, y nada más verla, aunque fuera en blanco y negro, ya supe que tenía una fuerte descarga para dejarte pegado al asiento. La vi un par de veces, para asegurarme bien de lo que estaba viendo. Aún hoy sigo haciéndolo.
Sin entrar en polémicas de cuál película es mejor o peor (pues no es mi objetivo, y eso es subjetivo de cada cuál), Romero creo todo un Universo alrededor de esta película. Un rigor mortis de cómo veía el la vida. Y, es realmente curioso lo desapercibida que pasa esa manera de ver la realidad, a los ojos de muchos de nosotros. Yo mismo incluido, no voy a pecar de orgulloso, y mucho menos de egocéntrico, pues estaría escribiendo otra persona.
También un relámpago de duda nos hace caer en cómo semejante descuido (o por los ejes del infantil destino), la película es de dominio público: casi parece una metáfora de lo que pretendía plasmar en la película.
Así pues, no cabe lugar a dudas de que Romero ha creado todo un elástico cardumen de mortandad, cuyo objetivo, es denunciar una realidad que da incluso más miedo que la narrada cinematográficamente, con «muertos vivientes» andando, quejándose de su destino, atacando, y recordando a los protagonistas que, tal vez, sean los siguientes en andar sin rumbo fijo, como muchos de los que están hoy entre nosotros, acercándonos un poco más al abismo de ese mundo oscuro y hostil.

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